Tengo la sensación de que, a pesar de que la industria musical ha cambiado radicalmente, la mayor parte de los músicos aún no son plenamente conscientes del nuevo rumbo que ésta ha tomado. La tendencia en los últimos años es la desaparición del soporte físico (CD) como elemento transmisor de la música, la despenalización de la piratería, el auge del negocio digital a través de internet (Itunes), el libre intercambio entre particulares de archivos sonoros y la consolidación de bibliotecas musicales on line del tipo Spotify.
Son muchos cambios en muy poco tiempo y muy difíciles de asimilar.
El disco ha reinado durante casi un siglo, desde los primeros gramófonos y los discos de 78 rpms, modificando su formato y evolucionando tecnológicamente, pero manteniendo una misma idea. La idea consistía en que la música estaba grabada en un objeto. Un objeto que tu comprabas y que lo colocabas en una estantería de tu salón, o te lo llevabas de viaje, se lo enseñabas a tus amigos, hojeabas su libreto mientras lo escuchabas y leías una y otra vez quienes tocaban, dónde se había grabado, o leías y canturreabas las letras. Un objeto de deseo. Un fetiche.
Ese objeto va a desaparecer. Tal vez no por completo, pues creo que puede seguir siendo un elemento transmisor de músicas minoritarias o delicatessen, pero va a desaparecer, y con él, desaparecerá el fetichismo, ese elemento que nos hacía distintos por poseer tal o cual disco, ese elemento que nos convertía en coleccionistas y alimentaba nuestra vanidad de consumidores.
Con la desaparición del disco desaparecen otras cosas, como por ejemplo, los fastuosos equipos hi-fi, que eran el orgullo de los hogares de antes, porque también desaparece el gusto por la calidad sonora.
Desaparece el oficio de transportista de dicho material, la tienda donde había todo tipo de discos (creo que aún se mantendrán las pequeñas tiendas muy especializadas en barrios céntricos de las grandes ciudades), los comerciales que visitaban al tendero, las delegaciones provinciales de las grandes multinacionales, las fábricas de discos.
Con la desaparición del disco se desmantela todo un sistema de negocio, porque la venta digital no es negocio.
Pero la música continúa. Lo importante va a ser, al menos para los músicos, saber adaptarse a las nuevas reglas de juego, al nuevo habitat, a la disminución de los márgenes de beneficio. Esto último provocará la extinción de esos intermediarios chupópteros que florecieron en la década de los noventa sin saber lo que era una séptima mayor, productores de despacho que subcontrataban el disco entero a otros que sí sabían hacerlo. Desaparecerán muchos músicos que nunca lo fueron. Dejarán las nuevas generaciones a un lado la opción de la música para huir de la vulgaridad, prefiriendo ser Dj´s o futbolistas. Dejará, en definitiva, de haber volumen y perspectivas de progreso en el negocio y quedará espacio para menos gente.
Será entonces necesario saber tocar y cantar de verdad. Tener talento, buenas ideas, autenticidad, estudiar y progresar. Sólo deseo que en ese nuevo escenario la música vuelva a estar en manos de los músicos.
No será el fin del mundo, será el fin de un mundo, que por mí, ya puede irse al carajo.
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